Crear una manta nunca es solo una cuestión de técnica. Para mí, es un acto profundo de conexión. Todo empieza cuando abro mi cajón de colores y dejo que el alma me diga por dónde empezar. Cada vez es distinto.
Este pie de cama nació de una mezcla intensa de colores fuertes, vibrantes, que me pedían aparecer. No hubo un plan, sino una escucha. Me dejé llevar por lo que estaba sintiendo en ese momento y, como siempre, elegí los puntos según el color. Algunos tonos me pedían textura, otros me pedían vuelo, y así fue creciendo, como crece una melodía sin partitura.
Pero no quedó ahí. Al terminarlo, sentí que necesitaba un cierre especial. Entonces tejí un marco en degradé, en tonos suaves, y le bordé flores. No tenía idea de lo que iba a salir, pero cuando lo vi terminado, supe que tenía alma propia.
Cada manta es distinta, y a la vez, todas tienen algo en común: están tejidas con tiempo, con intención y con mucho amor. Quizás por eso, cuando llegan a las manos de alguien, se siente esa energía.